“Si nosotros no hubiéramos buscado a Giselle, las autoridades nunca la hubieran encontrado”

Por: Erandi León Tierranueva

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“Soy una chingona Ma, a mí nada malo me va a pasar porque siempre me fijo al cruzar la calle y te aviso, además ¿a dónde me he de ir?”, decía Giselle de 11 años a su mamá, cada vez que ella le hablaba sobre los peligros que existen en la calle. La mañana del sábado 19 de enero de 2019 fue la última vez que se le vio con vida, después de ir al cibercafé de Roberto —en Chimalhuacán, Estado de México— quien la violó y asesinó en su negocio.

Roberto Buendía, de 51 años, envolvió el cuerpo de Giselle en sábanas. Esperó hasta las 9 de la noche del mismo sábado para sacar el cuerpo y manejó su auto alrededor de una hora rumbo a un lugar desolado de Ixtapaluca, Estado de México: por el camino fue tirando las pertenencias de la pequeña, así como todo lo que pudiera involucrarlo.

Giselle peleó por su vida. De acuerdo con la primera y única declaración de Roberto, esa mañana invitó a la niña a tomar un refresco adentro de su casa, la cual sólo estaba separada de su negocio por una sábana. Una vez ahí, intentó someterla. Giselle peleó, lo arañó, rasguñó, le pegó y gritó, y como no podía con ella, le dio un fuerte golpe en el estómago para quitarle el aire, después, la violó y una vez que la mató, la dejó tirada en la cama mientras salía a atender el cibercafé. Las pruebas forenses del feminicidio de Giselle demostraron sangre y restos del semen de Roberto en su ropa interior, su pantalón, su blusa y sus chanclitas.

El sábado 19 de enero de 2019, entre las 10 y 10 y media de la mañana, Giselle salió de su casa para ir al cibercafé al que siempre iba, con La Güera, porque quería revisar Facebook. La menor vivía en la parte baja de la colonia San Lorenzo, municipio de Chimalhuacán, que colinda con Nezahualcóyotl, Estado de México. Su intención era ir hacia arriba, al cibercafé, el cual está a 10 minutos caminando de su casa.

Giselle recién estaba cursando el sexto año de primaria y le permitieron tener una cuenta en Facebook, pero debido a la mala racha económica por la que atravesaba la familia no contaban con internet en su casa y sólo sus papás tenían celular. Cuando Giselle salió al cibercafé de La Güera lo encontró cerrado, entonces caminó hacia la Avenida Central, dobló a la izquierda y se encontró con su hermana mayor Vania, de 16 años, y al novio de ella, a quienes les dijo que iría al Internet y que regresaba pronto: ellos serían los últimos que la verían con vida.

El cibercafé de Roberto se encontraba al final de un callejón ubicado en la Avenida Central. Las cámaras de seguridad que él mismo había instalado sobre la avenida y afuera de su negocio captaron a Giselle entrar en el portón negro, caminar por el pasillo e ingresar al ciber. De acuerdo con las investigaciones de las autoridades, a Giselle la asesinó Roberto entre 11 y 11 y media de la mañana.

“Era un señor muy amable, aunque también se sentía el morbo. Siempre me decía que con toda la confianza del mundo podía enviar a mis hijas, pues él cerraba el local alrededor de las 11 de la noche”, recuerda Miriam, mamá de Giselle, quien había ido a ese negocio meses atrás con sus hijas.

En las cámaras de vigilancia se pudo ver cómo Giselle, una vez que se sentó en la computadora número cinco, le mandó mensaje a su mamá a través de Facebook.

—Ma.

—Ma.

—Ma, ya estoy en el cibercafé, márcale a mi papá para que lo alcance.

Miriam y su esposo Rigoberto habían salido muy temprano a trabajar ese sábado. Ella trabajaba en una fonda donde vendían antojitos mexicanos. Ese día había mucha gente y se le complicaba atender el celular, pero ante la insistencia de Gis —como le decía de cariño— tomó un pequeño descanso. Le marcó a su esposo, quien trabajaba como chofer de transporte público, para saber en cuánto tiempo pasaría por la niña a una tienda Bodega Aurrera que se encontraba muy cerca del cibercafé de La Güera, pues asumieron que se encontraba ahí.

—Ma, contesta ¿dónde está mi papá?

—Tu papá ya está por llegar al Aurrera, salte.

Giselle inmediatamente cambió la conversación, relata la señora Miriam, “me dijo que ya se iba, porque estaba con una amiga y que regresaba a la casa después. Ahí fue cuando empecé a sospechar y le hice una videollamada, la cual no contestó”.

¿Dónde estás?—preguntó Miriam— ¡Contesta!

—Estoy aquí en los semáforos.

Pero, para ese momento, ya era Roberto quien realmente le contestó a la señora Miriam. Ella recuerda que se enojó mucho, porque su hija no salía más allá de lo acostumbrado y la regañó al decirle “que no chingara, que parecía niña de la calle, y me respondió simplemente con un ‘¡ay, má!’. Empecé a sentir pánico, pues ella siempre se defendía cuando la regañaba”, platica Miriam.

A pesar de contar con 11 años, Giselle tenía un carácter fuerte, recuerda su madre, “Soy una chingona Ma, a mí nada malo me va a pasar, porque siempre me fijo al cruzar la calle y te aviso, además ¿a dónde me he de ir?”, exclamaba cada vez que su mamá le hablaba de los peligros cuando Gis quería salir con sus primos o ir a jugar fútbol rápido a las canchas de la colonia, pues era fanática de ese deporte. Y, precisamente, Miriam se acordó de esa frase: “¿a dónde más me he de ir?”. Volvió a intentar hacer una videollamada con su hija.

—Giselle, contesta, por favor.

Ya nunca respondió.

Miriam salió de trabajar a las 3 de la tarde. Ya sabía que su hija no había ido con su papá, pero pensó que la encontraría en casa o en la calle jugando con sus primos. “Cuando supe que Gis no estaba, hasta el cansancio se me quitó. Junto con mi esposo y amigos fuimos a buscarla cibercafé por cibercafé. Todos nos decían que no habían visto a ninguna niña. En ese momento no se me ocurrió ir al ciber de ese tipo”.

Relata que regresaron a su casa y volvieron a buscarla con amigos y familiares. Al no saber nada, buscaron por segunda vez en los cibercafés de la zona, pero en esa ocasión sí fueron al negocio de Roberto: el último que visitaron aquel día.

Alrededor de las 5 de la tarde, Miriam y Rigoberto entraron al cibercafé del feminicida, quien les aseguró no haber visto a ninguna niña, pues en la mañana había ido al Centro a surtir cosas para su negocio el cual abrió hasta la 1 de la tarde. Miriam le pidió a Roberto ver las grabaciones de sus cámaras, pero él contestó que no era posible, porque solamente grababan en tiempo real ya que no contaban con disco duro.

“Ahora, recapitulando, en algún momento de aquel sábado mi hija Vania decía que había visto entrar a Giselle en ese cibercafé, pero entre las prisas y el ir y venir no le pusimos mucha atención. Si hubiera sabido que sólo unas sábanas me separaban de Gis, quién sabe qué hubiera sido capaz de hacer”, asegura Miriam.

A las 10 de la noche del sábado 19 de enero, familiares y amigos acudieron al Ministerio Público de Chimalhuacán Centro. Sólo dejaron entrar a los papás de Giselle, quienes tuvieron que esperar alrededor de 6 horas para ser atendidos. “Cuando por fin nos atienden, que fue entre 3 y 4 de la mañana, nos pidieron nuestros datos, yo recuerdo haber llevado la credencial de sexto año (de primaria) de Gis, de donde sacaron la foto para lanzar la Alerta AMBER”. Sin embargo, las autoridades les dijeron que por ser domingo no podían lanzar la Alerta, porque era día inhábil. La Alerta AMBER comenzó a circular a partir del lunes 21 de enero de 2019: 43 horas después de la última vez que vieron a Giselle.

“Al ver que tuvieron ¡esa poca madre! empezamos a hacer ruido”. Familiares, amistades y vecinos pegaron carteles, organizaron brigadas de búsqueda y también marchas. De repente, comenzó a hacerse eco del caso. Lo cubrieron medios de comunicación, colectivas feministas y organizaciones de madres que buscan a sus familiares desaparecidos. “Si nosotros no hubiéramos buscado a Giselle, las autoridades nunca la hubieran encontrado”, asegura Miriam.

Los padres de Giselle se reunieron una sola vez con el presidente municipal de Chimalhuacán, Jesús Tolentino Román, después de que las autoridades mandaron a un binomio canino para buscar en minas aledañas. La familia presionó para que el caso pasara a la Fiscalía de Nezahualcóyotl, ubicada en el Palacio Municipal de esa demarcación.

El jueves 24 de enero encontraron el cuerpo de Giselle. La Fiscalía llamó a los padres quienes no pudieron verla porque, en las condiciones en las que se encontraba, sería una impresión demasiado fuerte, aseguraron las autoridades. Ellos reconocieron la playera de su hija a través de una foto y, ese mismo jueves, les realizaron pruebas de ADN en las oficinas de la SEMEFO en Valle de Chalco. “Cuando me dijeron que se trataba de Giselle me regresó el alma al cuerpo, no fue la noticia que yo quería recibir, pero encontré a mi pequeña, sé que los restos de mi hija están ahí y cualquier día voy y le dejo una flor”, expresa Miriam, tras esperar más de un año para conseguir sentencia contra el feminicida de su hija.

Roberto, el feminicida de Giselle, fue detenido la madrugada del 26 de enero de 2019 (8 días después de la desaparición de la niña). En ese momento, se declaró culpable y detalló que el mismo día que la asesinó, tiró su cuerpo en el pueblo de Coatepec, el cual es conocido por sus grandes extensiones de sembradío y que se encuentra rumbo a Ixtapaluca.

“No es castigo suficiente para todo el daño que hizo, pero al menos recibió el que corresponde. El que merece, sólo Dios sabrá, pero mínimo pasará el resto de su vida en la cárcel sin hacerle daño a nadie más”

“Tengo entendido que cuando lo detuvieron y confesó todo lo que hizo, argumentó que todavía estaba ebrio, pues un día antes se había ido a tomar con un amigo”, explica Miriam. Pero una vez iniciado el proceso judicial, Roberto insistió que era inocente y aseguró haber sido obligado a declararse culpable al momento de su detención; pero no pudo demostrar su inocencia.

El 12 de marzo de 2020 en los juzgados del Centro Penitenciario y de Reinserción Social Nezahualcóyotl Bordo de Xochiaca, coloquialmente conocido como Neza Bordo, Roberto Buendía fue condenado a 83 años de prisión, pena máxima por el delito de feminicidio. “No es castigo suficiente para todo el daño que hizo, pero al menos recibió el que corresponde. El que merece, sólo Dios sabrá, pero mínimo pasará el resto de su vida en la cárcel sin hacerle daño a nadie más”, dice Miriam al recordar con impotencia el día del juicio.

“Cuando le ceden la palabra a él después de dictar sentencia, con todo el cinismo del mundo, aseguró que tenía la conciencia tranquila, pues era inocente e iba a demostrarlo. Yo me quedé con mucho coraje, ya que todas las pruebas demostraban que ese señor asesinó a mi hija. De hecho se había declarado culpable el día que lo arrestaron”.

Miriam detalla que la sentencia se consiguió, en parte, por el trabajo del funcionario de la Fiscalía de Neza, Daniel Vargas, quien llevó el caso, pero también porque nadie acudió a declarar a favor de Roberto Buendía. Posterior a su sentencia, la defensa de Buendía interpuso una apelación. La primera audiencia se llevó a cabo en septiembre de 2020, pero como la audiencia fue virtual, por la pandemia de Covid-19, Miriam no pudo entrar debido a un problema en su teléfono con la aplicación de videollamadas, que no captaba imagen ni sonido. Al final, sobrepasó el tiempo de tolerancia para estar presente en la audiencia.

Giselle regresó a su casa a las 3 de la mañana del lunes 28 de enero, para que su familia, amigos y vecinos le dieran el último adiós en el panteón Los Ángeles de Coatepec, en Ixtapaluca.

“No sé cómo va el proceso. La única información que tengo es que este señor está pagando protección y se encuentra en un lugar aislado, para que no le hagan daño. Por rumores, se sabe que una persona que hace ese tipo de cosas recibe un merecido allá adentro”, declara Miriam, quien ha pensado ir al penal e investigar. Asegura que no por el hecho de que se haya declarado una sentencia por feminicidio a Roberto ella se queda tranquila.

Giselle regresó a su casa a las 3 de la mañana del lunes 28 de enero, para que su familia, amigos y vecinos le dieran el último adiós en el panteón Los Ángeles de Coatepec, en Ixtapaluca.

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